Agujeros en el cielo

Estaba yo. Yo solo. Al menos yo era el único consciente de que pensaba. Tumbado en la playa, admirando algo que veo todas las noches pero ninguna con tanta emoción, no tanto por lo que es, sino por lo que refleja: las estrellas. Agujeros blancos, de más o menos luminosidad, maquillando un azul-intenso-casi-negro cielo, solo distorsionado por el blanco de las pálidas estrellas, el amarillo de una media luna como un queso gouda y una mezcla de colores de la ciudad a lo lejos que, afortunadamente, no entorpecía demasiado la posibilidad de avistar ese porcentaje tan reducido, pero suficiente, de Universo. De vez en cuando, algo aparentemente nimio, pero extremadamente espectacular en ese momento, llamaba mi atención... estrellas fugaces. De fondo, el sonido del oleaje, a ratos maligno, pero sobre todo relajante. Mis pies tocaban una arena casi congelada en su superficie, pero más bien caliente si se escarbaba un poco; ésta lograba colarse entre todos mis dedos. La brisa se agradecía en parte, aunque fuera un tanto fría. Tampoco me importaba demasiado ya que estaba bien cubierto por un saco, la verdad que confortante. Nisiquiera las sandeces que salían por boca de los de al lado lograban despistarme e impedir que mis pensamientos fluyeran.

Allí, en medio de la noche, más allá de medianoche me encontraba, en el entorno más propicio para pensar... pensar en la innumerable cantidad de belleza que escapa de nuestra perspectiva, en ocasiones, de sentimientos ciegos; y en lo simple que puede parecer esa belleza a veces, quedando la mayor de las preciosidades reducida a un rostro o, incluso, a un gesto. "¡Cuánta belleza en este mundo!" - pensé - "Belleza omnipresente, pero oculta y solamente visible cuando nosotros lo deseamos, aunque no elijamos qué es bello y qué no, surgiendo esto de nuestro subconsciente sin pedirlo ni reclamarlo... Belleza subjetiva, por supuesto. Subjetiva es tanto la sensación que transmite a cada uno, como la forma de expresarla -o no- a continuación." Pasaba por mi cabeza cómo iba a escribir esto que has leído, estás leyendo y terminarás -espero- de leer, aunque fue algo inútil ya que no estoy describiendo lo que quería contar en ese momento, sino que lo que recuerdo que quería contar. Me emocionaba al recordar momentos felices de mi vida, con el cada día más desenfocado recuerdo del calor que me pasaban sus labios pegados a los míos, de su sonrisa, de su forma de abrazarme, de hablarme, de desearme, de hacerme reír... de llorar desconsoladamente... y de cómo deseo que todo eso vuelva a repetirse, quizás no con ella, ya es complicado... mucho... pero si con otra por la que vuelva a sentir aquel cosquilleo en el estómago, aquel pulso aceleradísimo al pensarla u observarla, aquellos pensamientos de "¿Me querrá? No, seguro que no... ¿O si?". El deseo... el deseo de esa felicidad, de ese bienestar mutuo, de ese amor recíproco, persiste en mí -ingratamente- desde aquel día en que tuvimos que dejar todo atrás. Ya no te quiero, pero te quise como a nadie, pero no como quise... quizás te quise demasiado, ese fue mi error. Desde entonces ando como un loco buscando algo tan bello como todo eso. Y he encontrado infinidad de cosas bellas, lógicamente. Ese cielo estrellado puede ser un ejemplo. O la cantidad de gente absolutamente impresionante que he conocido. O los momentos que me han sacado una sonrisa. Incluso un chiste que me haga llorar de la risa... O lo más "irrelevante"... Pero nada como ese amor, como esa belleza, como esos recuerdos.

Me eché hacia un lado. El derecho. Y sobre la arena y bajo el saco abierto, comencé a dormir. Me gustaría contar también qué soñé, que suguramente fue algo interesantísimo. Pero no me acuerdo. "Buenas noches" - me dije.