miércoles, 6 de julio de 2011

Era feliz...

Y era feliz. Acurrucado como una bolita de algodón de azúcar calentito: unido, dulce, tierno, suave, terso. Vio que amanecía y pensó que era el momento de abrir los ojos; y como la dulce, tierna e inmadura larva que era, se regocijó en el cómodo lecho que compartía con su familia; sus padres y su hermano. Y quiso tocarles y despertarlos, y quiso decirles que les quería. Pero ellos estaban ocupados volando, controlando cada segundo de ese torpe y estúpido avance a trompicones que ellos llamaban "volar".

Sus familiares, con enfermizo afán, insistiéronle en que aprendiera y les siguiera, para andar todos a tropezones y empellones. Pero no podía. Lo intentó con todo su empeño desde el mismo instante en el que se lo pidieron, que largo tiempo ha ya, de ese momento. Pero pasó lo mismo que con aquél salvaje criado entre animales, que no ha visto otro humano nunca y, de pronto, se topa con uno, con un igual, con otro humano que le habla y, aunque alegando que es por su bien con una cándida sonrisa, sin él comprender lo que le dicen; ve como éste le echa una soga al cuello y le maniata. Lo mismo que pasa con un sordo que intenta hablar, o con un ciego que intenta pintar. Lo mismo que con aquél despojado de tacto y que toca intentando sentir un hálito de suave brisa cálida.

Nunca había usado sus alas, encogidas y débiles.; con esfuerzo doloroso y cansado extendidas. Intentó batirlas y volar, pero no pudo. Jamás se le había enseñado a volar, por mucho que le exigieran que lo hiciera. Solo había visto a otros hacerlos, pero nunca le habían dicho como se hacía, nunca nadie se había parado a explicarle cómo batir sus alas, cómo vivir.

Tras ésto, su familia, encolerizada, por su explicable ineptitud, le repudió, le dio de lado, le gritaron, le insultaron, le pegaron, le humillaron. Pero no le enseñaron a volar.

Quería con todas sus ganas volar, pero no sabía siquiera intentarlo; con lo que su pecho se inundó de fuego, de odio, de rabia. Odió todo lo que amaba y dejó que las lágrimas brotaran desde el mas profundo dolor que pueda causar la soledad a un alma. El llanto inundó sus ojos, rebasó sus mejillas y toco el suelo. Recogió una de esas gotas en mitad de su vuelo en picado hacia el suelo y la miró bañando su suave y sonrosada mano. Quiso gritar, pegar, romper, quemar... pero sobre todo, quiso dejar de sentirse así.

Quiso dejar de llorar, pero no pudo. La rabia empujaba sus lágrimas fuera y le recordaba su odio, que le hacía odiar y odiar aún mas a aquellos que volaban, le pedían entre humillaciones e insultos que volara, pero que en ningún caso le enseñaban.

De entre todos los fragmentos que era en aquel momento, encontró de entre todo, un pensamiento, y se dijo:

"Usa tu odio. Pero no lo malgastes lanzándolo como un torrente de agua contra los enemigos prevenidos y con balsas. Guarda ese sentimiento, concéntralo y potencialo, para cuando llegue el momento, usarlo para volar. Coge ese impulso y vuela mas alto de lo que nadie jamás haya volado. Y en ese instante de mediodía, cuando tus enemigos no puedan alzar lo suficiente el cuello como para seguir el sol. Tú, como el trueno, cae en picado cubierto por la ceguera que causa el resplandor y extiende tu sombra más allá incluso, que a donde llega la luz.

Así pues, convierte en víctima a tu asediador, de sus propias campañas. Y quema con tu fuego aquello que antaño te causara tormento, helando tu corazón ante aquellos que no te ayudaron a volar gritando, hasta que las cenizas no estén apagadas. Y así, de una vez, vuela libre.".

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