lunes, 25 de julio de 2011

Elixir de juventud eterna, capítulo primero.

El demonio se despertó de un fuerte tirón. Algo confuso, meneó la cabeza para despejarse. Una segunda molesta sacudida distorsionó su imagen en el plano astral en el que se encontraba, produciéndole una intensa punzada en el estómago, como si le hubieran arrancado súbitamente parte de los intestinos. Gruñó con fuerza, hacía tiempo que no visitaba el plano material y la invocación le estaba resultando más dolorosa de lo común. Con la tercera llamada se desvaneció completamente para materializarse en un sucio y mal iluminado cuartucho de algún lugar de España.

No supo esto hasta unos instantes después de aterrizar al activar su ojo exterior, un hechizo que le permitía tener una vista aérea de hasta sesenta metros de altura y de casi ciento ochenta grados de amplitud, lo cual le resultaba muy útil en combate y rastreo. Consumía su energía mágica rápidamente, pero él también era rápido y sólo necesitó de unos segundos para darse cuenta de la situación. Tuvo la suerte de encontrarse cerca de una calle reconocible, de otra manera se habría quedado en las misma.

Echó una rápida ojeada a la estancia. No parecía en absoluto el cuarto de un brujo, aún menos de un hechicero o de un mago, que solían rebosar a baratijas mágicas con las que impresionar al populacho. En pocos casos, algunos de los egocéntricos hechiceros se preocupaban de rodearse de verdaderas gangas mágicas con las que potenciar su magia y protegerse: siempre pensando que se bastan con su propio poder. Sobre los magos – también comúnmente llamados ilusionistas – no queda lugar para comentarios. Muy pocos son lo suficientemente buenos como para aguantar lo suficiente en un combate como para preparar una huida decente. El ilusionismo podía resultar útil en conjunto con artes mágicas superiores, por sí mismo, no vale nada.
El brujo que me había invocado era precavido. De entre los pocos cachivaches podía entrever algún dispositivo rudimentario para atrapar demonios, en realidad, tarros de cristal envueltos en vendajes con runas impresas. No estaba de más como precaución contra algunos entes de rango inferior, pero no podría con este. Era más poderoso que eso.

Para contenerlo había utilizado un lenguaje rúnico bastante extraño, pero que bien utilizado podía ser más poderoso que el estilo convencional. En lugar de las típicas estrellas de cinco puntas adornadas con sus correspondientes runas pintadas con tiza en el suelo, una para el invocador y otra más pequeña para la invocación para reducirlo y no darle oportunidad de atacar (aunque, sin fallos ortográficos, no podría salir de su esfera), y que podía realizarse en cualquier lugar, había utilizado algo completamente distinto. Para contener al demonio había utilizado un pentágono bastante más amplio de lo normal, encriptado en otro pentágono invertido, con las runas inscritas entre ambas figuras. Además, en lugar de hacer el dibujo con tiza, había marcado el suelo de madera con quemaduras indelebles del color del carbón, que durante la invocación brillaban ligeramente. Este complejo sistema de contención se encontraba en el borde interior de un círculo de escrituras antiguas, con símbolos en un lenguaje desconocido para el demonio. El brujo conocía rituales mágicos más antiguos que la propia bestia…

En la otra mitad del círculo en simetría descansaba un trono de madera maciza, sosteniendo el cuerpo de un anciano, pero imponente hombre de mirada fija e intimidante y cuyos cabellos y barbas blanco platino se deslizaban serpenteantes hasta el suelo, donde arrastraban considerablemente debido a su longitud. Levantó uno de sus brazos sin apartar la mirada del demonio, aun suspirando por el esfuerzo de la invocación, y chasqueó los dedos. En pocos segundos apareció un hada que la invocación miró con gula, portando un vaso de agua, que derramó con lentitud a través de los labios del hombre.

- Demonio - dijo el anciano. Este murmuró algo en griego antiguo.

- ¡Silencio! - repitió. La habitación retumbó con su grave y potente voz. Sin embargo, no pudo evitar toser y carraspear mientras el ser del infierno se erguía, obligado a obedecer al brujo que lo invocó. El hada le ofreció agua de nuevo, la cual aceptó de buenas maneras.

- Demonio, escucha atentamente. Te he invocado por una única razón, y te daré la libertad en cuanto termines tu cometido - al anciano no parecía agradarle la situación. A su huésped tampoco.

- A mi edad soy incapaz de llevar a cabo lo que voy a ordenarte ejecutar y ninguna otra criatura que hubiera invocado podría ayudarme en mi empresa tanto como tú lo harás. Conozco tu historial, Antheris - dijo el anciano - sé todo lo que has hecho en el pasado, sé de tus poderes y habilidades. Yo… - tosió de nuevo, esta vez con más violencia. El demonio se regodeó ante las palabras de aprecio incluso sabiendo la opinión que tenían los mortales de los entes oscuros como él, sabiendo que sólo lo estaba engatusando.

El anciano se negó a beber más agua, y continuó con su oración.

- Yo… he recibido una noticia que ha conseguido animarme a vivir un poco más, pues no me queda mucho, en busca de algo - se inclinó hacia la impaciente bestia que le miraba.

- Un hada o un duende no serían lo suficientemente fuertes. Un dragón, un golem, o un basilisco, no serían lo suficientemente inteligentes. Otro brujo o hechicero podría intentar adueñarse de él. Los centauros son demasiado honorables. Pero tú siendo astuto como eres, poderoso como cuentan, perverso como el diablo, y sobre todo, inmortal… - dijo el anciano, continuado por otra pequeña carraspera y un esputo sangriento. El silencio se hizo durante unos segundos más.

- Eres el encargado perfecto para la misión, siempre y cuando no se te ocurra traicionarme, aunque, como puedes imaginarte, me aseguraré de que no lo hagas - añadió mientras una lámpara mágica comenzaba a flotar en el aire con las palabras que pronunciaba en algún tipo de idioma mágico. Comenzó a brillar.

- Si yo muriera antes de que terminaras con tu misión, demonio, quedarías atrapado en esta lámpara mágica, cuyo genio… tuvo un final desafortunado. Atiende, asqueroso ser del infierno porque sólo lo diré una vez, lo que quiero que traigas a este lugar en este contrarreloj contra el que te enfrentas, lo que quiero tener en mis manos aunque llegues en el exacto momento en que expiro mi último aliento, es el elixir de juventud eterna.

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