sábado, 19 de marzo de 2011

No tiene título. Aprovecho la entrada para agradecer a los que han halagado mi estilo con la simple lectura completa de mis otras entradas y sus comentarios. Irie!

Se había levantado tarde esa mañana. Apresurada, corría por la vía principal presionando contra su pecho un cartapacio rebosante de hojas, buscando el cartel característico de cualquier entrada al metro de la ciudad. El uniforme escolar, desde los zapatos negros, las medias blancas hasta la rodilla hasta la falda de cuadros escoceses y la rebeca con las iniciales del colegio mayor, junto con su rostro de facciones orientales le daban la apariencia de estar recién sacada de un anime de instituto. Acababa de trasladarse con su familia desde Corea del Sur, con la intención de continuar con su educación, a sus diecisiete años, en el país de las oportunidades.

La avenida, surcada por seis carriles que con cada semáforo en rojo se llenaban de automóviles, ciclomotores y autobuses, se encontraba saturada también en las aceras. Continuamente alguna página de apuntes salía volando tras un choque con algún transeúnte que no se dignaba a dejarle algo de espacio, pero si no cogía el metro de las en punto no llegaría a tiempo para el examen que le esperaba. Al final, la boca de metro apareció ante su vista y tras pagar el ticket entró en el primer vagón que pudo ver con dirección al este de la metrópolis
.
Respiraba entrecortadamente, con fuerza, mientras buscaba con la mirada algún sitio libre donde poder reorganizar el desastre de papeleo que había formado con la carrera. Ga In rezaba la etiqueta mecanografiada sobre la tapa de uno de los libros, junto con una inscripción en el alfabeto de su lengua materna. A su lado, una foto reciente de tamaño carnet de la dueña del manuscrito. Un fleco recto, suficientemente largo como para tapar las cejas sin molestar a la vista, y un corte recto sobre los hombros de un cabello liso color negro azabache enmarcaba un rostro oriental perfectamente pulcro, de tez algo clara, que se escondía tras unas gafas graduadas de pasta negra.


Concluyó en que no encontraría un lugar para sentarse, y se resignó al viaje que le esperaba.

Ga In era en todos los aspectos una estudiante modelo. Inteligente y aplicada, era considerada un genio entre los profesores de su universidad, que la felicitaban y sonreían orgullosos cada vez que le entregaban una matrícula en su asignatura. En los dos meses que llevaba asistiendo a clase, no había faltado más que por una gripe de poco menos de una semana a principio de curso, que no afectó en absoluto a sus estudios. Además, se había visto obligada a rechazar las invitaciones de varios chicos de diversas facultades desde que apareció por el campus. Sin embargo, si no las había aceptado no fue por vergüenza, o porque no le gustaran los hombres. Ella tenía unos valores, una lista de prioridades y por encima de todo, debía terminar la licenciatura en derecho.


Los primeros días no consiguió integrarse del todo. Su inglés no era demasiado bueno: suficiente para pedir ayuda para encontrar algún aula o preguntar la hora. De hecho, no comenzó a hablar con nadie hasta que conoció a su compañera de habitación, con la que compartía sólo algunas de las clases a las que tenía que asistir. Su polo opuesto, llevaba dos años en la universidad y aún necesitaba aprobar ciertas materias de primer año, iendo de chico en chico y de fiesta en fiesta. De cualquier modo, se llevaban bien, e incluso le había tomado algo de afecto esos meses. No la molestaba a la hora de estudiar y tenía mucho respeto por la chica, que tanto se preocupaba por su furuto. A pesar de ello, la obligaba a salir con ella al menos una vez cada dos fines de semana, costumbre que encontraba desconcertante aunque acababa pasándoselo bien.


La máquina frenó bruscamente en la estación a la que la chica se dirigía. Sus apuntes cayeron al suelo, y fueron desperdigados con el barullo de gente subiendo y bajando del vagón. Para cuando pudo recogerlos todos, se había vuelto a poner en marcha, alejándose de su destino. Miró nerviosa hacia el simple reloj de manecillas del interior del metro, se sentó y pensó que no llegaría a tiempo. “Ya iré a la siguiente convocatoria. Es una pena, me lo había preparado bastante bien” pensó. El trayecto estaba lleno de curvas, y avanzaba lentamente. Ga In nunca se había alejado tanto de la universidad. De hecho, el vagón estaba prácticamente vacío: sólo quedaban ella, una anciana sentada en frente suya, y un hombre de aspecto desaliñado que a pesar de todos los asientos libres que había se mantenía de pie, agarrando con una mano una de las barras horizontales del techo. Tras unos diez minutos, las curvas parecieron haber desaparecido, y el metro perdió velocidad hasta pararse en una lúgubre estación, desconocida para la estudiante.

La mujer salió muy apresurada sin dirigir la mirada a la chica, y ella, sorprendida, se tomó sus segundos en levantarse y salir del vagón por la misma puerta que la mujer. Sus ojos oscuros parpadearon para habituarse a la falta de luz, sin encontrar rastro de vida alrededor suya. Fuera de ritmo con un goteo continuo que se oía desde una oficina, vacía y probablemente abandonada, comenzó a andar en dirección a las escaleras mecánicas paradas a escasos metros del final del arcén y las vías del metro. La sensación de subir por allí sin que se movieran la mareó un poco, pero se le pasó rápidamente al salir a la luz del día. El viento que la acosaba antes de llegar bajo tierra se había detenido, y apenas soplaba una brisa que pudiera acariciar su pelo. El sol le obligó a entornar los ojos durante los primeros instantes en que comenzó a andar, hasta que comenzó a fijarse en los edificios que la rodeaban. Ya no se encontraba en la ciudad, cuyos altos edificios asomaban a lo lejos tras los bajos tejados de las pequeñas casas que la rodeaban, sin embargo un muro la separaba de cada construcción, impidiéndole ver más que unas pocas tejas anaranjadas de cada una. El camino no estaba asfaltado, pero tampoco era de tierra, sino un antiguo empedrado liso algo desgastado. Caminaba mirando al suelo preocupada por no tropezar con alguna piedra ausente sin cuidar el camino cuando se apareció ante ella el porche de una gran casa de paredes blancas, mayor que las de alrededor, y probablemente mucho más vieja, con un aire oriental. La mayoría de las contraventanas colgaban de una sola bisagra, si no se habían caido ya, y las paredes se encontraban atravesadas por pequeños surcos en el cemento y la pintura. La cerradura de la puerta principal parecía destrozada, como si la última vez que alguien hubiera entrado no hubiera sido con el permiso de los inquilinos. La reja igualmente forzada y abierta la había dejado entrar hasta mitad de camino entre ella y la edificación sin darse cuenta de estar dentro de un recinto distinto. Al bajar un poco la vista pudo ver el descuidado cesped, sólo en las porciones de tierra en las que brotaba alguna brizna de hierba, y lleno a rebosar de dientes de león.

Ga In siempre había sentido cierta atracción por este tipo de antigüedades, y nunca había podido ver una tan de cerca estando sola. Sus pies volvieron a la vida solos, gravitados por el aura misteriosa de la casa. Un pensamiento rondó su cabeza, mientras se giraba para asegurarse de que nadie podía verla. “Hoy ya no iré a la universidad, y esto parece desierto… Sólo serán cinco minutos ¿Qué problema podría haber si entro a echar un vistazo?

3 comentarios:

Unknown dijo...

Descripciones no buenas, sino perfectas; sublimes.
Comencé a leer la entrada y estaba oyendo música ruidosa (la cual no suele causarme problemas a la hora de leer otras cosas). Sin embargo, con el trascurso de unas pocas líneas, paré la música y puse música clásica: tenía que sentir la fuerza de las palabras.
Un final abierto... espero -y no seré el único- que esta historia continúe.
Espectáculo asegurado...

Unknown dijo...

Cada vez que leo un comentario de Ricky me sonrojo todo. Cásate conmigo xD

Anónimo dijo...

Dos palabras: ME ENCANTA!