sábado, 5 de noviembre de 2011

Ni ellos ni ellas: nosotros.

Hace varios millares de años –o millones, depende cómo se mire– nació el género humano y, con él, la opresión del hombre a la mujer, debida su mayor fortaleza. El homo es machista por naturaleza, como lo son, en general, las especies que con nosotros conviven. Esta ardua relación entre sexos se ha ido manteniendo en mayor o menor grado a lo largo de nuestra historia. No obstante se habla de violencia de género en la actualidad y no hace apenas sesenta años, o incluso menos, ¿por qué?

La mujer con toda su admirable destreza ha batallado durante, sobre todo, el siglo anterior y el presente por poseer esa preciada igualdad de derechos y muchísimo se ha logrado ya; las féminas pueden votar, tienen mayores facilidades que antaño a la hora de encontrar trabajo, etc. Es ahora cuando somos, teóricamente, iguales ante la ley. Si viajamos atrás en nuestra existencia no se hablaba de violencia de género porque lo que existía era algo así como una injusta “justicia biológica”. Que esta perspectiva cambie por completo de un día para otro es una tarea harto complicada.

No obstante, estamos avanzando a pasos agigantados; estamos plantándole cara a la naturaleza propia, estamos cambiando una mentalidad ancestral, estamos llevándole la contraria al catolicismo y estamos justificando que somos la única especie racional. Aunque siempre quedará algún vacío, la excepción a la regla. Ahí están las mujeres que hacen los deberes de mula de carga en África, la ablación del clítoris, la obligación de llevar el velo o el burka y tantas otras atrocidades donde la mujer es la víctima principal; en algún sitio –demasiados diría yo– ellas siguen siendo, aún a día de hoy, las antagonistas de la sociedad, la vergüenza del pueblo.

Aunque nuestra realidad es otra. Nos hacemos llamar desarrollados; ¡demostrémoslo, pues! Repetir constantemente “igualdad” es admitir que hay desigualdad, y a raíz de esto surgen enfrentamientos, que dan lugar a la confusión. Decir que somos iguales, hoy en día, es una redundancia; la mayoría sabemos que es cierto –y aquí en parte me contradigo–: en la esencia somos iguales, somos personas. Pero incluso aquí, entre nosotros, hay alguno que no lo acepta y que maltrata a mujeres, que juega con ellas; esto es la violencia de género.

El quid de la cuestión radica en cómo acabar con estas víctimas de viles injusticias. Lo primero es la educación, la cultura; cualquiera con una cabeza bien amueblada actuará más justamente que uno que jamás ha podido acceder a la magnificencia del aprendizaje. Y lo segundo, consecuencia de esto, es que, igual que durante una eternidad fue implícito en la sociedad que “el hombre es superior a la mujer”, y ellas cabizbajas lo aceptaban por miedo a las represalias, hoy lo que debe ir implícito en nuestra convivencia es que el hombre puede ser más fuerte, pero no por ello la mujer es más débil: todos somos personas, y las personas han de ser respetadas.



No hay comentarios: