jueves, 17 de octubre de 2013

Una noche

La vi aparecer saliendo de la discoteca con una amiga, con el paso alterado. Rubia, metro setenta, ojos marrones, lápiz de ojos negro y ligera sombra plateada, barra de labios rojo apagado, uñas algo largas, pero con la manicura recién hecha, rojas. Un vestido blanco de tubo hasta el suelo, con escote. Cada paso dejaba ver un zapato por delante, blanco, de tela, tacón largo, esbelto, con una tira por el tobillo. El vestido sin mangas dejaba ver sus brazos, piel blanca algo bronceada al sol. Los ligeros rizos rubios le colgaban sobre los hombros y se le metían en la cara con la leve brisa, ella los quitó fastidiada.

Joder, que buena está.

Fueron hasta un coche cercano. Sedán, gama media-alta, nuevo, 2 años como mucho, negro, cristales de atrás tintados, llantas de aleación, no venían con el coche, son de marca. Ella abrió la puerta del conductor que daba a la acera, se sentó con las piernas cruzadas por fuera y dejó ver hasta la rodilla. Se mordió un labio y rebuscó en el coche hasta encontrar un encendedor, sacó un cigarro del bolso y lo encendió con algo de prisa. Su amiga, que para nada me importa su aspecto, hablaba con ella e hizo algunos aspavientos. Discutían, era importante y cercano, pero no acaloradamente. Casi masculló una maldición de la impaciencia, pero justo a tiempo apareció lo que esperaba, un buitre.


Caminó hasta ella con su camisa remangada y de cuello abierto, marcando musculitos y con unos vaqueros apretados, zapatos de cuero, negros. Payaso. Aprende del oficio. Me separaban unos 15 metros, así que llegaría justo a tiempo si empiezo a caminar ya. No me hace falta oírlo para saberlo: hola rubita, que tal estás, eres muy guapaqueojosmasbonitosvayaentradademanuadelsiglopasadoparatontasydesquiciadas. Eso funciona con macarras y retrasadas de tres al cuarto, no con la caza de aves del paraíso. En pocas palabras, esa rubia será mía, porque los payasos no tenéis paladar para platos tan suculentos.

Bien, las dos ponen cara de asco, ese tío empieza a sobrar ahí. Hola, cariño, ¿dónde estabas? Llevo un rato buscándote, dame fuego, anda ¿quieres algo, amigo? – No, ya me iba. Ese payaso ya está lejos, empieza el bombardeo.

-De nada. Y gracias por el fuego. Pero es culpa tuya por ser tan guapa.
-Joder, otro, ¿era tu amigo y lo tenías planeado?
-Jaja tu amiga es perspicaz, y muerde, ¿Sabes que podrían multarte por llevarla sin bozal?
- Gilipollas, ¿Qué coño quieres? Lárgate.

Bien, ella se está riendo. Aprieto el gatillo.

-         - Vale, vale. Lo siento, sé que estabais hablando de tu novio y que queréis un poco de intimidad, pero ni siquiera me has dirigido la palabra, aunque con esa sonrisa podría darme por pagado un año de espantar buitres.
-          -Jajaja ¿y qué te hace pensar que tú no eres uno de ellos?
-         - Acabas de hablar después de sonreírme, ¿no? Creo que es más de lo que hubiera conseguido cualquiera de esos capullos que ahora mismo miran hacia aquí esperando a que me largues para atacarte. Soy un mal menor.
-          -Es decir, ¿planeas que me quede contigo solo para que el resto no siga acosándome? ¿y qué te hace estar tan seguro de tus posibilidades?
-          -Puede que porque me interese saber tu nombre, antes que dónde piensas dormir esta noche. O porque sé que acabas de romper con tu novio, hará dos meses, y que te lo has encontrado ahí dentro. Tu amiga estaba aquí diciéndote seguramente que pases página, que le olvides, que el gilipollas con el que has salido durante 1 o 2 años no te merece y que te diviertas, que eres joven.
-          -¿Cómo coño…?
-          -Tu coche, es nuevo, pero no es el coche que hubiera elegido una mujer, ni esas llantas, ni esos cristales. Es decir, no lo tenías antes de empezar la relación y lo compraste después, pero como él sabe más de coches le dejaste elegir y "maquillarlo" un poco a su gusto. Te has puesto excesivamente guapa para el nivel de este lugar, no hay más que ver a ciertos personajes que rondan por aquí, por lo que esta era una noche algo especial, de liberación, querías romper con alguna rutina. Acabas de salir de una relación larga, así que por ahora la única con la fuerza de voluntad de haber aguantado a tu novio y aún seguir aquí para sacarte del hoyo es tu mejor amiga, que estaba intentando llevarte dentro otra vez. Acabas de salir cabreada, frustrada, sin saber qué hacer, ergo has encontrado a tu ex-novio con otra y no lo has soportado, así que has salido corriendo a hablar con él, te ha mandado a tomar por saco y has venido a fumarte un cigarro tranquilamente para recomponerte cuando ha atacado ese desconsiderado carroñero. Así que ahora dime tu nombre, y déjame invitarte a una copa.

       En realidad, el carroñero soy yo. Este despliegue de suposiciones que se confirman a medida que voy viendo su cara deformarse, no es más que lo que hago siempre, y no siempre acierto, solo las inseguras muchachuelas que acaban de salir de una relación entre los 18 y los 27 son tan fáciles de convencer, ha sido una suerte que ésto colara; por decirlo de alguna forma, me acerco a lo que ya cazó otro y dejó por ahí tirado, a ver si consigo arrastrarlo a un árbol y roer los pequeños pero suculentos pedacitos de carne pegados al hueso. Así que sonrío altanero mientras me atuso la perilla.



Reescribirte unos versos, para ti amor, que todo odias salvo lo que te quiere. Incondicional de mis rechazos, amigo de las desdichas. La risa del corazón con tus amarguras, cuando la más dura razón de tu oscura verdad, está ante tus ojos.  Y el rojo sangre de tus besos se transforma en la transparente saliva que articula un "te quiero", la magia de tus desvelos para decirte cuánto te echan de menos. Que tal vez sin ti mil vidas no estuvieran perdidas, que tal vez sin ti, miles de vidas no tendrían heridas. Las vistas de tus vastos océanos de lágrimas, ventrículo tras ventrículo, los corazones sucumben a tu "toc-toc"  del adiós. Que vendrán desenfrenados momentos de caricias, o desenfrenos de loca perdición amarilla que brilla tras la risa lejana del sol tras la mirada perdida.

Crisis de avaricia, que tal vez quiero tener tu sonrisa. Tal vez tu voz pertenezca a mis oídos, tus ojos a los míos, tu caricia a mis dedos y la mirada en silencio que anhelo desde que observé tus desvelos por mover el mundo con tu parpadeo. Quiero buscar en ti la puerta entreabierta que quiere parecer cerrada para que me moleste en intentar entrar, quiero llamar y preguntar, ya sabiendo que estás, qué tal si entro y te pido que me des tu vida entera a cambio de empeñar mi alma; y los ojos cerrados por miedo a que me robes la última voluntad que me queda, para no rendirme a unos brazos que no sé si me quieren, que no sé si respira por mi, que no sé si su corazón bombea por mi hacia tus mejillas la razón de mis desvelos. Y correr el velo es lo que quiero, entre tú y yo y el mundo entero, que rezo en mi púlpito de los besos, el sudor no desborde de amargo cuanto desprecio los momentos que separan el tú del yo, para ser nuestro momento.

 Sonriendo tras recitar la parrafada de turno que siempre guardaba para las blandas de corazón y estrechas de piernas. A todas leía lo mismo, a todas confesaba que nunca había sentido un sentimiento tan infinito y que su cordura pendía de un hilo y solo quería sumergirse entre esos labios que no sabía si lo amaban. Qué triste es a veces que los corazones sean tan fáciles de conmover, pero así es la vida, su impulso viril sí que no era fácil de satisfacer. Se había llegado a convertir en una especie de juego no irse solo a casa las noches que salia en busca de ingenuas bellezas. Como un niño con su sonajero, que bien quería agitarlo para hacerlo sonar, bien quería dejarlo en una esquina para cuando se aburriera. Las rubias fumadoras que se llevan a una amiga para no estar solas, pero se empeñan en salir de fiesta para aparentar que están bien después de algún percance emocional eran su especialidad. Las morenas no le ponían tanto. 

Se dejó llevar. Absorbió los gritos de soledad y de frustración y notó el tormento en unos labios que buscaban, si no un perdón, poder perdonar  a quien él no era. Toda esa soledad que le transmitía se la llevó a donde una vez, cuando nació, tuvo un corazón. Y sonrió. Ahí no hay nada. Tírame cuanto puedas cariño. Sacúdeme en tu turbulento y amorfo desdén de sentimientos. Haré que en tu día vuelva a haber un sol, yo viviré de tus noches.

El secreto de estas cacerías es nunca amanecer con ellas. Salir de puntillas, alguna excusa de trabajo, un incendio en casa, te llama un amigo que quiere que le recojas. Cierras la puerta sin dar tu numero, tu dirección, ni tu nombre verdadero. Sientes la humedad que hubo por el cuerpo y caminas orgulloso hacia tu próxima presa. Le gustaría saber si es verdad todo eso que dijeron de él una vez, que estaba solo porque quería, que provocaba ese dolor y ese vacío a los demás porque es lo que él siente. Qué estupidez. Me siento bien. Los pajarillos cantan, los árboles se mecen con la brisa de la mañana, el sol irradia felicidad en el rostro de la gente, y tengo agujetas de tener sexo salvaje por despecho. No veo dónde está lo malo. Y pienso ésto con una sonrisa en la cara.

Nunca me cansaré de saborear el sirope del desprecio, ese destilado negruzco que saboreas en la oscuridad, con unos movimientos espasmódicos y desesperados y que es extrañamente amargo y dulce a la vez. Es como si con cada embate doblegara su pena, así que lo repite una y otra vez, cada vez con más fuerza, hasta que su alma queda algo más liberada de rabia a costa de las energías del cuerpo. Alimentarse del odio de otros, de la frustración, de la pena. Podría parecer algo rastrero, hasta demoníaco, tal vez. Pero no puedo dejar de hacerlo. Me alimento del humo de las hogueras que enturbian la noche, yo solo cojo unas caladas de cada cuerpo para atesorar su aliento.

En realidad, no sé ni para qué me molesto. Podría haberme tirado a la mitad de las tías de aquella discoteca, pero ella era diferente. Ana, creo que se llamaba. No deseo lujuria, ni solamente sexo. Necesito el aliento, la vida que desprendía ese cuerpo perfecto y sudoroso, ese odio que rezumaban sus gemidos y ese grito sordo que se ahogaba entre los orgasmos de que tan desesperadamente estaba ávida por embriagarse. Alimentarme del tormento que sufren otros.

Bueno, da lo mismo ahora. Levántate en silencio y sin encender la luz, está a punto de amanecer y no quiero estar aquí cuando despierte. Has dicho lo que necesitaba oír y has hecho lo que necesitaba que hicieras, no tienes nada más para ella más que lo que absorbes. El click de la puerta de fuera es el fin de lo más pesado de la noche, escapar a tu desierto de almas sin ser visto.

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