lunes, 6 de febrero de 2012

El mundo, hoy.

Y dijeron que el mundo tendría un final. Quizás ese final exista: el final de la armonía, pero no del mundo. El mundo sigue, el mundo contempla. Y no contempla iluso. Contempla cómo el más bravo de los jinetes, el iluminado, el claro, el blanco blanco, cae al vacío, y el vacío se agiganta. Tropieza la Verdad y no hay qué ni quién abra la mano para atraparle ni que comente "venid a mí; saltad". Y que cierre el puño y que derrote al verde caballo que porta al jinete verde. Y no un verde esperanzador, sino uno infinitamente malévolo y oscuro. Es el Dinero el encargado de que la Mentira, negra como el más grande de los agujeros, esté cada día más cerca de su plan: el mundo. Y la última esperanza se alza en pos de haber la Verdad injustamente desaparecido. Busca venganza, no obstante, su roja bonanza le frena y le impide batallar. Hablo del jinete del Amor, el cual ya lleva once días y once noches sin comer ni dormir ni beber, en un presente desesperanzador. No se halla. No se reconoce. Enflaquece. Enflaquece su caballo y él también enflaquece. No quiere emprender batalla, no porque no tenga fuerza, que también, sino porque nadie permanece ya. No hay alma que se le entregue incondicionalmente. Y enloquece el Amor. Y enloquecido el amor, perece. No se lo merece. O quizás, nadie lo merezca a él. Y es así, como en doce días y doce noches la Mentira reina. El más poderoso de los jinetes, incoloro, porque el negro no es un color, es la ausencia de éste. Y ya el verde oscuro es uno más, el combustible de la vida infinita. De la vida del mundo. Y el mundo sigue, el mundo contempla. Y no contempla iluso, aunque quizás ya sea el único que no lo sea.

viernes, 3 de febrero de 2012

Amor...

Desde que nace el primer latido del corazón hasta que se extingue el ultimo suspiro y sientes el alma fenecer. Obceca la razón y causa la sinrazón con la flecha encajada por el arco de un ángel alado. Lleva los cuerdos a la locura y posiblemente sea lo único cuerdo que piensen los locos. Amedrenta a los osados y empuja a la lucha al más cobarde; es su son lo que hace bailotear nuestras vidas, el binomio que nos llena de sentido. Puede hacer florecer la luz de entre las tinieblas del alma y plantar la semilla de la oscuridad. Puede hacer a un hombre vivir a pesar de que el mundo se le venga encima, empujando y dando fuerza a cada latido; y puede hacer a un hombre despreciar cada segundo mundano de su existencia. Consigue que disfrutes del movimiento de una simple brizna de hierba y que oigas el cantar del vaivén de las flores al son del viento; y puede hacer que cada sentimiento vuelque en ira y rabia, emponzoñando de odio la más augusta presencia. Hace que el célibe sea el más promiscuo pecador y que el más adúltero truhán se domeñe a la figura de una sola canción de amor. Separa dos almas unidas hasta la carne en el tiempo de una centella, para unir otras dos y no desparejarlas hasta que la muerte no llega. Torna dulce lo amargo y profano; para llevar hasta la cumbre de lo ufano y malvado lo más bello y bienintencionado. Puede revocar el estío para convocar al invierno, o puede hacer llegar a las tierras más heladas el más cálido verano.

Por él han cruzado los hombres desiertos y páramos helados; se han hundido barcos, por bombardeos o contra las rocas estrellados. Por él ardió Troya y pereció Aquiles. Por él mantuvo años y años el trono de su marido argonauta la reina Penélope. Han perecido en su honor valientes y desesperados, siempre hasta lo más profundo enamorados. Se han dado por él ofrendas, tanto en sangre como en carne; y es él la pieza que se cobra al final en esta vida, como recompensa a los esfuerzos inusitados. Él es el principio, y el final.

¿Es acaso mejor haber amado y haber perdido que nunca haber amado? ¿Acaso después de haber perdido el Amor somos algo más que entrañas revolviéndose en su propio desgarro y dolor? ¿Hay acaso vida después del Amor?