martes, 30 de agosto de 2011

XIII. El último adiós de Bonaventura.

Bonaventura había por fin comprendido que lo suyo no era esto. No era soñar, no era reír ni llorar. Ni eran las drogas ni jugar ni disfrutar ni atormentarse. No era lo suyo vivir y no podía más continuar, seguir adelante.

Su piel había palidecido, era casi transparente de lo consumido que resultaba y sus costillas se notaban más que nunca en su corta -aunque lenta- vida. Sus años se habían triplicado, al menos en apariencia. No comía sino una sopa sosa y vomitiva de vez en cuando. El pelo, antes abundante, caía como suaves gotas en un agradable día de lluvia, aunque la barba se mantenía; de hecho nunca la había tenido tan larga. Su rostro se encontraba perdido en otra dimensión desconocida, como su mente.

Así, ignorando el instinto de supervivencia, decayó con su suicidio, frío, sin escrúpulos. No sin pensarlo dos veces tomó esa decisión, la de terminar con su vida de altibajos -a su parecer, sobre todo "bajos"-. Decidió que ese angustioso, nublado y triste día era el último que su vida recordaría. Y allí yacía, en el salón del descuidado y antihigiénico cuchitril en el que vivía, con los ojos de alguien que se marchó a destiempo, la sangre derramada injusta aunque voluntariamente y una mirada penetrante a la par que amenazadora y desesperanzadora.

"No más sufrimiento, no más amarguras, no más historias" pensaría Bonaventura esté donde esté, quizá en otro mundo mejor que este, quizá -y esto es de lo que Bonaventura más convencido estaba- en la nada, un sitio completamente oscuro, inconsciente y sin vida. Negro. Un negro infinito.

Nadie se ha percatado aún de la falta de Bonaventura ni nadie se percataría pronto: nació solo y aunque no siempre vivió solo, sí murió así. La falta de comprensión le había llevado a ser casi amoral. De hecho, su último escrito así decía:

Cuéntase la historia de un ser amoral, para el cual no existía ni el bien ni el mal. De éste decíase que era un ser, cuanto menos, peculiar, no anormal, sino particular. Viajes oníricos los que emprendía sin más; él tan solo volaba, se aislaba, de un mundo que él consideraba normal, esto es, para lelos, que no paralelo. Estúpidos también levitaban, pero no fluían cual torbellino por el vasto mar. Solían causársele remolinos que deambulaban por su hastío pensar, que despierta de imprevisto, sin avisar.

Aprovecha para ocultarse en cualquier rincón, en algún lugar esconderse de la desazón que le corroe en cualquier momento; tormento de su corazón que, pese que pueda resultar pesado, es ligero cual pluma que surca el firmamento en busca de un momento en lo que su todo desaparezca, desfallezca y quede vacío.

Estas palabras fueron las últimas de Bonaventura, junto a otras que no paraba de repetir mientras escribía con su mano esquelética en la hoja en que quedó esto plasmado, vieja y amarillenta: "aquí termina mi camino" no paraba de repetir Bonaventura, "aquí termina mi camino" pronunciaba él con una voz ronca, casi muda e incomprensible. Incluso soltó una lágrima que cayó como pudo por su seca y raquítica cara justo antes de que una bala saliera a toda prisa de su revólver y atravesara su cráneo desde abajo. Nadie se percataría de su ausencia y, por tanto, de su muerte hasta que el propietario de su vivienda note el impago de ésta, el cual efectuaba en efectivo.

Finaliza así la aventura de nuestro Bonaventura. Adiós.

jueves, 25 de agosto de 2011

El Credo

A continuación se establecen los estatutos, así como las reglas más básicas de comportamiento para los integrantes de La Hermandad. Redacta el humilde servidor del credo y un dedo más de esta mano que conforma nuestra gran organización; esta tarea me ha sido encargada por el Maestro. Ha sido un honor conocerle en persona, fue una alegría sentirme tan integrado y haber llegado a adoptar un grado de confianza tan elevado como para que se me confíe esta responsabilidad: la de redactar por primera vez unas bases para esta antigua organización. Antes no se habían escrito por mantenerla en secreto, hasta ese punto en el que todo había de estar en la memoria de cada miembro; pero por fin el Maestro ha cedido a mis súplicas y ha dejado que me encargue personalmente de la tarea de organizar, así como de transmitir, estos requerimientos mínimos a los miembros, tanto nuevos como ya integrantes de la comunidad, y además de hacerlos cumplir.

Fui invitado a una de sus reuniones por primera vez por un amigo mío desde la infancia que, a pesar de que éramos íntimos necesitó que le asediara un tiempo para acceder a pedir mi audiencia. Tardé un año y dos meses, lo recuerdo perfectamente, porque fue uno de los días más felices de mi vida. Fue hace 15 años, por aquellos tiempos apenas existíamos 10 integrantes en La Hermandad, y al ser nuevo fui nombrado como una especie de chico de los recados, situación que aprovecharon para poner a prueba mi lealtad. Pasé 6 meses en esta situación; llevando y paseando a las mujeres de los miembros ricos, los de arriba, los fundadores. Recuerdo perfectamente que eran 3, al principio fueron 4, pero en un altercado que hubo mientras hacía unos negocios en un país de África, recibió un balazo en un pulmón y falleció a los 3 días en un hospital de algún país subdesarrollado, asfixiado con su propia sangre. Como iba diciendo, hice de mayordomo en más de una cena, saqué a los perros de todos ellos, menos el del Líder. A él le conocí la semana pasada. Si no cuento mal, creo que 6 de ellos eran ricos, grandes empresarios que sin sus activos se iría a pique medio, por no decir todo, continente. Los otros 4 trabajaban como empresarios de un orden un poco inferior, moviendo constructoras y alguna que otra banca de baja envergadura, los demás controlaban incluso bancos internacionales que hacían tratos vendiendo deuda a bancos centrales de otros países. Al año de mi llegada, empezaron a avisarme para todas las reuniones, que eran una vez en semana y no sabía dónde ni cuándo hasta el mismo día, y por lo general me avisaban con una hora de antelación. No falte a ninguna, pero a dos o tres llegué tarde porque tuve que cruzar atascos insufribles en el centro. Recuerdo que una de ellas coincidió en mitad del cumpleaños de uno de mis hijos, otras dos en los consecutivos aniversarios de casado con mi esposa, cosa que ella no supo encajar muy bien. Infinitud de veces salté de la cama en mitad de la noche para cruzar la ciudad en reuniones de emergencia. Cabe decir que como yo pertenecía a la clase media-baja, sin empresas, con un patrimonio e influencias despreciables, iba únicamente de oyente; cosa que jamas me desanimó ni hizo que me tomara mi papel de aprendiz y sombra menos en serio.

A los 4 años de mi ingreso en la Orden, esta situación cambió. Me convertí de golpe en una especie de sicario o una especie de "chicoparatodo" delinquivo. Parece ser que me investigaron, y salió a relucir que había tenido formación militar; a los 16 años ingresé en una academia militar y tras ésto el ejercito me tenía una plaza reservada para infantería de primera linea, con la carne de cañón. Realicé varias intervenciones en suelo enemigo, dos de ellas como infantería ligera y pelotones avanzados de vanguardia: con un G36C, un subfusil español, una basura, pero era bastante ligero. Siempre me han gustado las armas rusas, por eso en cuanto pude, o mejor dicho, en cuanto se me presentó la ocasión, maté a un par de rusos y conseguí un AK-47 y el más moderno AK-74u. Fue gracioso como le acoplé el lanzagranadas M203 reglamentario para las armas de la OTAN, pero que para estas armas rusas no valía ni de broma, así que tuve que atarlo con cinta aislante a la parte inferior del cañón. Tras esto, tenía que disparar  en ráfagas, porque si disparaba demasiado sin dejar que el arma se refrigerara, la cinta se quemaba y se caía el acople al suelo. Más de un susto les di a mis compañeros de brigada, puesto que ellos no sabían que no lo cargaba con granadas sin que fuera estrictamente necesario, conocedor de estos percances. Tras eso se me apodó con el sobrenombre de "El Manitas", por el apaño tan raro que le hice a ese arma. Bueno, la cuestión es que ellos supieron todo esto, a saber cómo, y me pidieron que hiciera ciertos "trabajos" que sus inexpertos asalariados no eran capaces de cumplir. Lo que no sabían era que yo siempre había preferido quedarme atrás, era mejor tirador que hombre de acción. Pero todo por La Hermandad

Lo cierto es que la primera vez sudé como un padre primerizo en la sala de espera y que además estaba intentando dejar de fumar. Tenía que ir a "silenciar" a una rata de biblioteca que era gerente de una de las empresas de uno de los Fundadores; por lo visto había robado cierta información delicada y pedía a cambio de no revelarla, una suma considerable de dinero. Si su codicia no le hubiera cegado, habría conservado su vida y su trabajo. Pero el destino quiso que intentara jugármela antes de que yo pudiera jugársela a él; sacó una pistola, del mercado negro, seguramente robada del bolsillo de algún policía muerto, me apuntó, pero temblaba más que yo, así que entre temblores y sudor tuvo que usar las dos manos para martillar la pistola. Y en esto que se la ponía en la pierna para poder sujetarla bien, se disparó, y se le escapó de las manos. Mientras el muy idiota lloraba como un niño, junto a un contenedor de basura, a las 4 de la mañana en un barrio pobre y conflictivo en el que nadie saldría a ayudarle; me puse con tranquilidad, o aparentándola, los guantes, recogí su pistola y en ademán de que no sufriera más, le di un tiro en la cabeza y otro en el corazón, me habían insistido en que me asegurara de su fallecimiento, y eso hice. No sé de nadie que haya sobrevivido de dos tiros a quemarropa en el corazón y la cabeza, al menos él no lo hizo. Al volver a casa, mi mujer esperaba despierta, hecha un basilisco, por razones obvias de que había apagado mi móvil, no me veía desde el día anterior más o menos a la misma hora por asuntos de una reunión y llevaba 4 años notandome raro, de modo que tenía la mosca detrás de la oreja. Se puso a gritarme, pero mis nervios necesitaban un poco de tranquilidad, estaba a punto de vomitar; así que apelé a que los niños dormían y entré a tomarme una cerveza. Era la cerveza más barata del súper, pero creo que fue la mejor que he probado nunca. Mientras bebía para calmar mi estómago, ella me preguntaba que hacía tantas horas fuera de casa, a qué venían esas desapariciones y todo eso, por razones lógicas. Se había montado una historia típica de telenovela: que tenía una amante con la que compartía un hijo y por eso desaparecía; le aconsejé que dejara de ver tantos culebrones, lo que la hizo enfadarse más, si es que se podía. Amenazó con dejarme si no le contaba la verdad. Amaba a mi esposa y crei que ella me amaba, así que le conté la verdad, una verdad que ella creyó una mentira; y viéndolo desde su punto de vista y las horas que eran, yo tampoco me hubiera creído el cuento. El caso es que no me creyó, y contrató a un investigador privado, a saber con qué dinero, al cual, por cuestiones de seguridad, hube de "apartar de la investigación por razones forzosas". Tras eso, acudió a un asesor matrimonial y ahí las cosas empezaron a desmadrarse, me acuso de adúltero infinidad de veces y otras tantas intentó pegarme; supongo que al final el psiquiatra terminó por rendirse, yo no soltaba prenda y ella gritaba histérica y furibunda.


Mi mujer dormía menos que yo incluso, y empezó a delirar más allá de lo fantástica que pudiera ser ya mi vida. Ésto se prolongó durante un tiempo. Ella intentaba descubrir a dónde iba en esas escapadas que yo realizaba en mitad de la noche y a plena luz del día, con la firme determinación de un toro de lidia y sin dar explicaciones. Siempre supe darle esquinazo, pero por vicisitudes del destino una vez bajé la guardia y me siguió hasta una de las reuniones. Entró por la puerta de la habitación de hotel en la que me reunía con ellos, con un cuchillo de carnicero en la mano y gritando improperios contra esa amante que creía que yo tenía. Pero se encontró con 9 hombres armados y conmigo abusando de mi cara de sorpresa insana. Todos sacaron su arma, y le dispararon; como era de esperar, nadie se conformó con dar un simple tiro, sino que vaciaron sus cargadores, así que en 10 segundos quedé viudo y estuvieron a punto de expulsarme, pero gracias a que mi fidelidad había sido intachable, decidieron que servía mejor a los intereses de La Hermandad conservando mi vida. Enterré el cuerpo de mi esposa en una marisma, donde en cuestión de un par de semanas quedara todo olvidado. Al día siguiente di aviso de desaparición, y a los 6 meses fue dada por muerta. La verdad es que no derramé lágrimas por ella, simplemente iba en nuestro aniversario a llevarle flores a su "tumba" y me lo tome como un "encargo" más. Menos mal que los niños ya no eran tan niños a estas alturas, uno tenía 17 años y el otro 15. Así que ya sabían valerse solos mientras yo esgrimía mi camino por La Hermandad, de un encargo a otro. Su madre había muerto cuando el mayor tenia 15 años, así que ambos eran conscientes en aquel momento de lo que era la muerte, por lo que pude ahorrarme la charla de "mamá está de viaje", y nuestra relación se limitó a un estricto silencio perpetuo e inquebrantable. De golpe, el segundo aniversario después de la muerte de mi esposa, miré el almanaque y me percaté de que ya hacía 7 años de mi ingreso en la Orden.

La verdad es que fueron unos años oscuros, siempre he sido de corazón duro, pero la vida me puso muy a prueba. Aunque sin darme cuenta el mayor se había emancipado y estudiaba una carrera, nunca quise interesarme por ello, así que no se que intentaba estudiar; el menor estaba a punto de cumplir la mayoría de edad y, como su hermano, era un chico inteligente y de más o menos buenas notas; pero, como mas pequeño, quiso descarriarse. Por lo visto se había mezclado en asuntos de drogas y tenía una pandilla de camellos, con los que se dedicaba a vender droga por los colegios e institutos. Les iba bien el negocio viendo las pintas de gangster que llevaba aquel hijo de Satanás. Así que tomé la decisión de cortar por lo sano; le di un sermón, un par de tortas, una mordaza y una cuerda. Y así atado le lleve hasta ese supuesto cubil en el que habían convertido ese zulo en el que escondían la mercancía; le solté los pies para que pudiera caminar y le llevé conmigo en el coche, en el maletero para no llamar la atención. Cuando llegamos me di cuenta de que era en un edificio que estaba a dos calles del lugar donde se perpetró mi iniciación como asesino de la Hermandad, sí, a estas alturas ya no me importaba llamarlo así. Su madriguera estaba en el segundo piso, era una ratonera mugrienta, maloliente y se caía a pedazos. Eran las tres de la tarde y por allí no pasaba ni un alma en pena, así que le saqué del maletero y subimos hasta la puerta del piso franco; toqué la puerta y me pidieron santo y seña, malditos niñatos jugando a los espías... Le di un rapapolvo al idiota de mi hijo y pronunció una sarta de palabras obscenas sobre prostitutas y drogas y sadismos de tipos diversos; por lo cual le eché una mirada de enfado y el bajo la cabeza. Por fin, el yonki que hacía las veces de vigía, abró la cochambrosa puerta, saqué mi Glock 9mm y le pegué un tiro en la garganta, para que recapacitara un poco sobre lo que había hecho mientras su vida se consumía como la mecha de un cartucho de dinamita. Que llevara este arma era algo inusual, puesto que suelo usar un Colt.45, un M1911, pero padece de un cargador demasiado pequeño, y por lo visto los compinches de mi hijo delincuente eran numerosos, así que el cargador de más de quince balas de la Glock ofrecía una alternativa a tener que recargar mientras un montón de niñatos fumados intentaba matarme. Había nueve chicos allí, adolescentes, y cuatro chicas; según dijo mi guía ellas no tenían nada que ver, así que repartí un tiro en el pecho para cada idiota varón en aquel habitáculo apestoso. Dos, recuerdo que creían poder salir de aquella y quisieron desenfundar antes de morir desangrados, por eso recibieron otro impacto de bala, a uno en la carótida y al otro dos más, una a la altura del pulmón derecho y el otro en el estomago. Las chiquillas no me habían visto la cara, porque nada más oír los disparos quedaron aterradas y se refugiaron en una esquina, lloriqueando y dando gritos. Cuando salí de allí mi vástago estaba blanco como la leche y tenía sudor frío, le desaté y me fui de allí, ya volvería a casa solito. Estuvo una semana sin aparecer, pero cuando volvió sus notas mejoraron, su ropa de traficante desapareció y me enteré de que le dieron una beca en una universidad para estudiar otra carrera de la que no quise saber nada.

Ya sin ataduras familiares pude dedicarme enteramente a la Orden, donde se me creó una división para mi solo, con hombres a mi cargo y todo. Nunca me molesté en establecer lazos emocionales con ninguno de mis subordinados, puesto que no les convenía, debían encontrar sus sitio en la orden por un ideal, no por una amistad ni por un jefe con el que se llevaran bien. Era mi departamento, el de "Censura"; sí, era un nombre bastante gracioso para los integrantes, visto a lo que nos dedicábamos. Eliminar, torturar, amputar, robar, demoler, estrellar, estallar, derribar y todo lo que tuviera que ver con la muerte y la destrucción. Yo me habría dejado de segundas con el nombre y le habría puesto "Departamento de la devastación" o algo por el estilo; pero el Líder insistió en la discreción, incluso entre nosotros, y ya que sus planes escapan a mi conocimiento y comprensión porque pertenecen a un orden superior, acaté, acato y acataré sin miramientos todos sus designios. A pesar de que era un trabajo bien remunerado en dinero negro y no carecía de emoción, con el tiempo paso a resultar monótono; tanto y que podía delegar y sentarme a esperar resultados, ya que mis discípulos, como ellos mismos se acabaron denominando, eran bastante buenos y tenían harta experiencia. Así que en tres años el departamento de "censura" se convirtió en una especie de mini-ejército de mercenarios de al menos 100 hombres, entrenados y equipados. Yo me dediqué a verlo crecer, mientras mis diez primeros hombres, que dos eran mujeres, se ocupaban de dirigir, entrenar y repartir los encargos entre los reclutas. Se hacían llamar "Dedos del Censurador", siendo yo el "Censurador"; lo que me recordó levemente a la Santa Inquisición y a menudo me sacaba una tierna sonrisa.

Ciertamente, ya no recuerdo cuál era mi trabajo al salir del ejército. La verdad es que mi vida casi por completo se había dedicado a la Hermandad y a entrar en ella. Tampoco recuerdo con exactitud cuando oí hablar de ella, solo sé que fue en una conversación que tuvo el padre de mi amigo, el que me "inició", con otro de los integrantes. Nos recuerdo jóvenes. Miro estos momentos con nostalgia mientras mi pecho hoy se llena de orgullo y satisfacción por ser uno de los brazos más importantes que posee esta organización. Y así, es cómo se me llegó a encomendar, por designio prócer del Líder, la tarea de plasmar los estatutos, las reglas, los estamentos, El Credo de nuestra Hermandad:

1º. Por encima de todo están los intereses últimos de la Hermandad. Todo lo contrario a ellos debe ser erradicado o disuelto, con el fin de ver conseguidos los fines tanto tiempo perseguidos.

2º. La palabra del Lider prevalece sobre la de cualquier otro integrante, ya no hablar sobre los que no pertenezcan a al Orden. Y como sus estratagemas escapan a nuestro entendimiento, hemos de bajar la cabeza y acatar, sin preguntas ni miramientos lo que se nos ha encomendado.

3º. Toda ofensa a la Hermandad, sus integrantes o a este mismo Credo será castigada. El Castigo se elige según lo marque el Líder, puesto que como tal, puede delegar y dedicar su valiosa atención a asuntos más acérrimos al primer punto.

4º. Si entras en la Hermandad, no saldrás nunca. Es un voto que has de mantener, más sagrado que cualquier otra cosa. Incluso tras tu muerte será asunto de la Organización decidir dónde yacerán tus restos.

5º. Puesto que todos tenemos los mismos ideales, somos compañeros y hermanos, así que hemos de respetarnos como nos respetamos a nosotros mismos. Es deber de la masa discernir como castigar ofensas a este mandato.

6º. Cumplir las tareas que se nos asignan están por encima de todo, incluso nuestra propia vida. Si la consecución de algún objetivo requiere la muerte, sera vasto tu honor y dicha por ellos: Seras honrado como un héroe.

7º. La Hermandad está por encima de las creencias religiosas. Las deidades no tienen cabida en ella; de modo que solo creerás en la Hermandad, la honrarás y defenderás solo a ella y a sus integrantes. Este trato es recíproco.

8º. Si ha de realizarse una ejecución, ha de ser lo más rápida e indolora posible. No hemos de permitir corrompernos y distraernos disfrutando de dolor ajeno, puesto que ello presta a cercenar y enviciar la conducta y la moral. La tortura se pagará con la muerte del torturador.

9º. La existencia de La Hermandad ha de mantenerse en secreto y los que quieran entrar a formar parte de ella han de ser únicamente personas de vuestra más intima confianza; ha de demostrarse que se quiere pertenecer a La Orden y que se está de acuerdo con estos estatutos. Además, no podemos permitirnos hacer pública su existencia, ya que el resto del mundo temería o pretendería pertenecer a ella inútilmente, dificultando la consecución de nuestros fines últimos. Si quieres pertenecer a La Orden, has de merecerlo y mostrarlo con persistencia.

Como epílogo queda discernir claramente cuáles son los fines cuya consecución ha de lograrse a toda costa. Los cuales son la supervivencia y el establecimiento de la supremacía de la Hermandad. Ésta ha de crecer e imponerse, para enseñar a los hombres a vivir en comunidad, así como para darles un ideal para unirse bajo una sola bandera y ésta no ha de colocarse boca abajo nunca más. Extender y hacer prevalecer este ideal, estos objetivos, los de unión, hermandad, fraternidad e igualdad entre todos los hombres y mujeres que moran por la faz de La Tierra. La Hermandad será el orden mundial que nos hará mejores y una unidad, libres y salvos de nuestra decadencia.

Concluyen aquí los detalles escritos de los designios de La Hermandad. Soy "El Censurador", mi nombre antiguo... no importa.

viernes, 19 de agosto de 2011

Ser es ser percibido.

Tambores y distorsiones hipnóticas me acompañan en el paseo que mi mente emprende a un infinito que corre más allá de lo que los límites que lo real permite ver. Aguardo paciente a que este dulce desamparo perdure. Soporto unas lágrimas que litigan por salir. Trago saliva a un ritmo lento, igual que el de mi respiración, honda y constante. El pulso parece que reposa en una gran cama en un lugar tranquilo.

Levito inmerso en ese idilio que todos reclamamos y por el que pocos luchamos presos de nuestro conformismo. Y mi mayor deseo es permanecer allí, entre esas melodías caleidoscópicas, esa armonía casi aterradora, esa loca cordura, ese calor tan agradable, ese olor a serenidad, esa brisa despreocupada y a su vez plácida. 

¿Qué más da el resto? A la mierda las ligaduras. Si esto es ser libre que me devuelvan el dinero. Ya no creo en nada sino en mí mismo y es un error: un ser superior puede ser la escusa para vivir; que lo sea uno mismo es complicado de imaginar, aunque mi única salida factible o creíble. Quisiera no tener principios, no imaginar, no tratar de volar. Ser limitado, ser un don nadie, un apartado, un transeúnte de las calles de Perdición, Lujuria y Perversión.

Realmente aguardo paciente -bueno, quizás no tanto- a todo lo contrario. Deseo que este desamparo finalice ya con el más cálido de los abrazos. Deseo que mis entrañas palpiten por el hecho de poseerte, meta inalcanzable. Deseo celebrar una victoria sin finalizar pensando en el duro recorrido que aún me queda para la próxima. Deseo ser y estar, no parecer. Deseo calor, pero del humano; que se respire tan intensamente en mi cuello que sienta mis huesos crujir. Deseo sudar por la intensidad del momento. Desearía no depender, pero lo cierto es que deseo, más que amar, ser amado.

Una sonrisa torna mi cara paranoica, que no terrorífica. Estoy sólo a medias. Cuánto me encanta despegar y batallar con mi presente para, después de todo, aceptarlo, ¿acaso hay alguna otra opción?

Donde otros ven desgracias y sufren por ello yo tan solo disfruto de la soledad que permite que escriba con sangre y no por el miedo que debería tener por desfallecer y caer a un abismo de un negro tan oscuro como la nada misma. 

Termina mi delirio por hoy. Me conformo, que es un error; quizás el mayor de los errores.

viernes, 5 de agosto de 2011

Torre de Babel

Y heme aquí, frente a un espacio en blanco, por rellenar. Pintor de un cuadro sin empezar, con largo y ancho, todo este entusiasmo. Entre tanto, y que tanto más, mas que exalto el hálito tácito de infinito explícito práctico dialéctico. Lanzo cánticos al vacío, bajo en balsa por mi río, mirando el extinto sentido de lo que antaño fuera un ser querido. Mágico, sin límites, no te limites con lo que oyes, lees o dices. Léxico maldito, mas el estúpido grito que escribo que no se entiende de entre todo lo escogido. Críptico, mas no erudito, clérigo de mi verdad, apóstol de un Dios inexistente y muerto; si no lo pillas, como yo, estate atento. A tientos de un ciego que aprende a ver y palpar; calcando el estrépito, el crepito de los látigos de hoy, al de ayer idéntico.

Recito, sin poesía, solo ansia maldita de querer decir, pero no saber qué, cómo, ni a quién. No sé dónde está el honor, no sé dónde están las ganas de vivir, solo sé que no quiero ser un ser imbécil, entre tanto, que ahora menos que él, soy débil. Podré maldecir, llorar, hervir, quemar, gritar, golpear y odiar... pero no me rendiré. A pesar de lo que el televisor predique, sé que solo intenta que yo sea arcilla maleable en manos de un escultor social de sociedades que vive en un lugar omitido en mapas y hiere la humanidad que tiene con sus largas lanzas traidoras. Él es dios que vigilia, nos crea y nos castiga, nos vende la teletienda y nos compra nuestra vida, sin darnos cuenta. Amargo y sucio dinero.

Y me siento triste, porque aspiro a poder salir al parque algún día y no ver gente consumida y agotada por las drogas. No ver indigentes muriendo de inanición, durmiendo en duro suelo, solos en algún banco o callejón. Aspiro a mirar a algún bar un domingo y no verlo abarrotado de hombres con sus hijos, transmitiendo su fervor por un equipo, ya sea viendo fútbol, moto GP o Fórmula 1; que si el mayor anhela la escudería roja, el niño viste de ferrari, igual con el blanco franquista o el azur-grana catalán. Porque si a los romanos les funcionaba, a ZP y Rajoy también les da sus frutos. Y el usufructo de vidas vacías en su cartera engorda cada día, mientras ellos silencian poco a poco de forma descarada y en nuestras narices a aquel que ose abrir su boca y condenarles. Y no por ello me siento mal, me siento mal porque parece que nos gusta, porque si nos dieran a elegir entre utopía y esto, apenas nos pensaríamos el volver a ser gobernados y dirigidos, para no pensar y morir tranquilos.

Es el clavo maldito de amar la mierda que te cae encima. Y mientras otros se la comen yo intento esquivarla, pero la adarga de la Parca evita mis flechas, no pasará demasiado hasta que su lanza atraviese mis letras. Mas no faltas de sentido ni de verdad, pero les falta fuerza y un canal por que viajar, más que nada mentes y oídos fijos, quietos y requeridos por menester de mejorar. Condenados al olvido, este iluso y otros muchos nos hemos, que aunque ahora veamos éxito; no pasará largo tiempo hasta que se caiga lo que tanto anhelado hemos. Y esto lo sé, sin siquiera haber conseguido mis planes, que sé que la sombra es oscura y no habrá luz capaz de iluminar la mano negra que nos ciega y nos necia el corazón. La torre cae incluso sin haberla terminado.